Desde la perspectiva de la antropóloga Beatriz Ríos de Humana Consultores esto implica un trabajo profundo, que incluye revisar los cimientos desde los cuales construimos nuestra identidad. Algo que es complejo a nivel personal, es más desafiante aún a nivel organizacional. Pero vale la pena.
Incorporar la distinción del género en nuestras prácticas cotidianas y en la manera en que pensamos, sentimos y vemos la realidad es, sin duda, un gran reto. En nuestras consultorías hemos realizado diversas intervenciones cuyo fin más inmediato ha sido incluir algunas distinciones asociadas a cambios concretos que permitan a las organizaciones y a sus líderes iniciar la transformación.
Sin embargo, lo primero que necesitamos comprender es de qué estamos hablando cuando queremos integrar el enfoque de género en una empresa o institución pública. Inicialmente se nos ocurre que necesitamos sumar más mujeres a las plantillas de remuneraciones o tener un lenguaje inclusivo. Y, efectivamente, ambos esfuerzos son importantes y dan cuenta de un primer paso, pero no son suficientes. Necesitamos ir más allá.
El género es una categoría que nace para develar algo que estaba oculto y naturalizado, ya que por centurias la mitad de la población estuvo expuesta a discriminaciones por el simple hecho de haber nacido mujer. De allí que incorporar la perspectiva de género no solo esté relacionado con la dotación de personas de sexo femenino donde hay pocas o ninguna, sino que tiene que ver con interrogarnos sobre cuestiones que nos pueden mover los cimientos desde los cuales hemos construido nuestra identidad. Desde esta perspectiva es necesario preguntarnos algo que parece obvio ¿nacemos mujeres y hombres?
La respuesta a esta pregunta es no, porque en realidad aprendemos a ser las mujeres y hombres que somos. Estas identidades son una construcción sociocultural que hemos adquirido y llegado a naturalizar. Entonces, no es tan simple y mecánico decir “vamos a incorporar el género”, porque hacerlo significa cuestionar nuestras identidades. Así se pone de manifiesto que estas categorías construidas pueden ser deconstruidas, más aún, cuando la evidencia muestra que esto ha puesto en situación de tal desventaja a las mujeres, haciendo peligrar hasta sus vidas.
Y cuando llevamos este desafío al mundo de las organizaciones, de las empresas o instituciones del Estado, la tarea es doble pues la deconstrucción ya no será individual, sino que tendremos que desarrollar las capacidades para identificar los mecanismos que reproducen un determinado orden social que desde el género es imperativo cambiar. De allí que esta no sólo sea tarea de las mujeres. Es también una labor de los hombres, más aún considerando que son ellos quienes mayoritariamente dirigen las organizaciones. En consecuencia, abrirse a cuestionar el orden de género establecido los obligará a analizar sus posiciones de poder y preguntarse cosas tales como ¿qué aspectos de mi aprendizaje de “ser hombre” responden a un esquema tradicional? ¿Qué he logrado y qué me he perdido?
Ir más allá del género significa tomar distancia de estas formas tradicionales y aprendidas de ser mujer y hombre. Darnos cuenta que cuando clasificamos algo como femenino o masculino estamos haciéndolo porque es un contenido que aprendimos en nuestra cultura y no porque un color o cierta manera de relacionarnos o emocionarnos sea masculina o femenina.
Esta es la tarea del presente darnos cuenta y empezar a indagar en qué hombre o mujer queremos ser en un contexto de igualdad, no discriminación y no violencia.
Esta columna fue publicada en El Mostrador y RH Management