Al romper paradigmas las soluciones a los problemas se abren en vez de cerrarse cada vez más, como cuando intentamos resolverlos con los mismos de siempre.
La industria minera tiene enormes desafíos que cumplir durante las próximas décadas: seguir mejorando su productividad de manera sostenible, innovar, promover el desarrollo tecnológico y la transformación digital, fortalecer su capital humano, mantener buenas relaciones con sus comunidades y legitimidad frente a sus stakeholders.
¿Nada fácil no? Aunque sabemos algo muy importante sobre la ruta a seguir para lograr llegar al lugar que queremos, y es que este camino se hace con las personas. Son ellas quienes constituyen las organizaciones que impulsarán los proyectos estructurales que requiere la minería del presente y del futuro. Así, hoy más que nunca es clave la diversidad, puesto que necesitamos nuevas y diversas miradas para resolver problemas cada vez más complejos y adaptarnos al cambio permanente en el que vivimos.
Nuestra consultora lleva casi dos décadas trabajando con el sector minero. Con un equipo liderado y constituido principalmente por mujeres no ha sido simple, pero esta experiencia nos ha entregado lentes especiales para observar y analizar detenidamente las transformaciones. Y así fue como implementamos un novedoso programa de mentorías en una de las compañías mineras más importantes de nuestro país, que incorporó no solo mujeres ejecutivas, sino también a hombres de reconocida trayectoria en el acompañamiento a los nuevos talentos femeninos.
Al partir, uno de nuestros mentores dijo “yo estoy en la operación ¡y ahora voy a ser mentor! Y la operación ¿quién la ve?”. Sin embargo, rápidamente se fue dando cuenta de la potencia de este “experimento”. Reconoció que mentor y mentee se van puliendo mutuamente al compartir lo bueno y lo malo de cada uno; que fortalecer las redes de contacto entre mujeres -especialmente en industrias masculinizadas- es clave; y que integrar equipos de trabajo diversos requiere derribar muchas barreras prácticas. Esto último fue un aprendizaje fundamental de la experiencia, puesto que pese a que los mentores llevaban muchos años trabajando en la compañía, solo al acompañar el desarrollo de las mentee tuvieron que enfrentar obstáculos que antes les eran invisibles.
La inclusión en la industria minera ha crecido durante los últimos años, pero todavía falta mucho, considerando que partieron desde porcentajes de inclusión femenina mínimos y que el desafío de la integración debe incluir con más fuerza a otros grupos como, por ejemplo, los LGTB. Hoy, la participación femenina en este sector es menor al 13%. De allí que la meta de la “Mesa Nacional Mujer y Minería” busca que el 2050 lleguemos a un 30% y a un 25% de mujeres en altos cargos.
El camino que queda es largo, sin respuestas únicas sobre cómo abordarlo ya que hay temas concretos, como los cambios de infraestructura que se requieren, pero también otros mucho más complejos. Además, las mujeres que necesitamos para ocupar estos puestos de trabajo hoy no están en el mercado, tenemos que formarlas, y este proceso de formación requiere derribar sesgos en hombres y mujeres, visibilizar la inclusión y valorar la diversidad.
Este programa ha permitido empezar a hablar de diversidad de género en forma más directa; implementar una mirada crítica a las prácticas excluyentes; y, sobre todo, empoderar a mujeres destacadas para formar nuevos equipos y verdaderas redes de trabajo colaborativo. En definitiva, empezamos a cambiarle la cara a la minería.
Como dijo otro de los protagonistas de esta experiencia, “la diversidad ha ido despacito porque antes no entendíamos de qué se trataba, pero hoy, gracias a este programa, tenemos una estructura, un modelo para avanzar”. Lo que hoy día se espera es que, desde la diversidad, desde las opiniones diversas, sepamos construir una mejor empresa y, por qué no, un mejor país.